David Gilmour, Johnny Marr, Ed O'Brien y Philip Selway hablan de prisiones, guitarras y libertad.
En noviembre del 2013 el gobierno del Reino Unido pasó una ley que prohíbe el uso de guitarras de cuerdas de metal en prisiones. Ahora, que ésta ha entrado en vigor, un grupo de músicos entre los cuales se encuentran David Gilmour (Pink Floyd), Johnny Marr (The Smiths), el cantautor anti folk Billy Bragg, y Ed O’Brien y Philip Selway de Radiohead, se han unido para levantar la voz, recordarle al Estado el importante papel que juega el arte en el proceso de rehabilitación y, con un poco más de suerte, lograr parar la prohibición.
En total, 12 músicos firmaron una carta abierta publicada en el periódico The Guardian, en la que subrayan la importancia de la música en la vida diaria de los presos, así como el riesgo que implica negar el uso de este instrumento, en particular el de un aumento en la cantidad de suicidios.
Esta carta es hasta ahora la más notoria muestra de descontento que las reformas han provocado, sin embargo no es la única. Hace tan solo un par de meses también se limitó el acceso a libros dentro de las prisiones, e incluso se prohibió a los presos recibir envíos de libros o revistas, ante el asombro y repulsión de la sociedad.
La lógica detrás del mensaje de estos músicos y demás activistas que se han demostrado en contra de estas iniciativas legales, es clara y no necesita mucha explicación. ¿Qué podemos decir, en cambio, de la del Ministro del Justicia Chris Grayling? Pues su explicación va más o menos así. Las prohibiciones en realidad buscan motivar a los reos, hacerlos trabajar más duro por los escasos privilegios disponibles, pues aparentemente vivir en confinamiento, pasando hasta 20 horas al día en una celda, es demasiado fácil…
Lo que Grayling, y demás poderes en acción, parecen desear es la creación de prisiones cada vez menos libres. Aquí es preciso hacer una pausa y detenernos en el concepto de libertad (¿qué es la libertad cuando has sido sentenciado a no tenerla?), y considerar que quizá, hasta en el más primer mundo de los primeros mundos, una sociedad puede creer que ha avanzado sin darse cuenta que retrocede.
“El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos”, dijo alguna vez Dostoievski, y ahora en el país responsable del rock como lo conocemos, de las guitarras furiosas del punk contestatario, y en el que hasta un par de Beatles tienen títulos nobiliarios, ya no se puede tocar el rock de la cárcel, en la cárcel.
Lo anterior, sin embargo, podría cambiar y en un época en la que se le reclama al rock haber perdido su filo social, su calidad política y catalizadora, es bueno ver que aún hay figuras dispuestas de unirse bajo una causa y preservar la esencia combativa del género, y al parecer con éxito. Hasta ahora sus acciones han ejerciendo la presión suficiente como para resonar con algunos miembros del parlamento, en especial con Kevin Brennan, representante del Labour Party, quién justo este martes 6 de mayo planea atacar el tema en sesión.
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